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No juzguéis para que no seáis juzgados

Mateo 7:1 dice “No juzguéis, para que no seáis juzgados”, también Romanos 14:13. Sin embargo, en la Biblia encontramos otros textos que señalan que sí debemos juzgar (Juan 7:24; 1 Cor.2:15), ¿Contradicción?

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domingo, mayo 20, 2007

¿Por qué Jesús murió en la cruz?

¿Por qué Jesús murió en la cruz?
Para dar ejemplo de entrega y amor
Para demostrar su poder al resucitar
Para trascender como mártir
Para pagar nuestra condena
Otro motivo
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¿Alguna vez te has preguntado por qué Jesús, el Hijo de Dios, tuvo que morir crucificado? ¿Por qué no pudo morir de alguna otra causa menos dolorosa? ¿Por qué no pudo morir de vejez?

Lo cierto es que en el mundo se tiende a dar por hecho esta situación, pero no se reflexiona sobre ello. Vemos los tradicionales filmes de “semana santa” con mucha emotividad, observando cómo Jesús sufre tormentos en manos de hombres pecadores hasta llegar a la muerte en la cruz.


El mundo sabe más menos lo que sufrió Cristo, o sea, se conoce el “como” de su sacrificio, pero hay un gran desconocimiento en cuanto a lo más importante: el “porqué” de su sacrificio, esto es, su propósito.

Ante esto, la Palabra de Dios nos dice que era necesario que Jesús hiciese todo lo que hizo:

“Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día.” (Lucas 24:7)

Pero… ¿Por qué era tan necesario?

Ante la interrogante del por qué Cristo murió en la cruz, surgen por lo menos cuatro tipos de respuestas:

a) Para darnos un ejemplo de entrega por amor a la humanidad.
b) Para poder resucitar y demostrar que tiene poder sobre la muerte.
c) Para que él y su mensaje tuvieran trascendencia a través de los tiempos.
d) Para pagar la condena que Dios dictó sobre la humanidad.

Si bien más de una de las respuestas tienen algún grado de certeza, sólo una responde satisfactoriamente la pregunta.

Pensemos bien: ¿Por qué Dios Padre tuvo que tomarse la molestia de enviar a su Hijo a este mundo a sufrir y a morir en una cruz?

Sin duda tuvo que tener un motivo muy poderoso, pues ningún padre sería capaz de enviar a su hijo a sacrificarse porque sí. Tuvo que ser una situación urgente, apremiante, en donde no había otra salida.

Bien, analicemos las respuestas:

a) Para darnos un ejemplo de entrega por amor a la humanidad

¿Sería este el motivo tan urgente por el cual el Dios de la gloria tuvo que abandonar su trono y tomar forma humana para morir en la cruz? No lo creo.

Así y todo, Jesús siempre fue un ejemplo de entrega y de amor hacia la humanidad, pues durante todos sus días se preocupó de sanar a los enfermos, ayudar a los necesitados, etc. ¿Tendría que morir en la cruz para demostrar un buen ejemplo? No era necesario. Jesús pudo morir de viejo e igual hubiese sido reconocido como todo un ejemplo en entrega, así como muchos hombres y mujeres que son recordados por su gran trabajo social.


b) Para poder resucitar y demostrar que tiene poder sobre la muerte

Cristo no necesita demostrarle nada a nadie, sobre todo si él mismo resucitaba muertos.
¿Acaso Dios estaba tan urgentemente necesitado de que los hombres le creyeran que él podía resucitar? Esto nunca ha sido así.


c) Para que él y su mensaje tuvieran trascendencia a través de los tiempos.

Algunos creen que Jesús tuvo que sacrificarse en la cruz para ser recordado a través de la historia, al mismo nivel que otros hombres que al ser martirizados han impactado profundamente a las generaciones que vinieron después de ellos.

Sin embargo, Jesús no era un simple hombre; era el Hijo de Dios, el Dios encarnado, por lo cual no necesitaba morir trágicamente para ser recordado como otros hombres mortales, pues Cristo aún vive e incluso antes que Abraham fuese, él era (Juan 8:58).

¿Acaso el mundo entero hubiese olvidado a Dios si Jesús no hubiera muerto? Claro que no, su palabra nunca pasará (Marcos 13:31).


d) Para pagar la condena que Dios dictó sobre la humanidad

Sí, esta es la respuesta correcta.
Jesús murió en la cruz para pagar la condena que Dios dictó sobre la humanidad.

¿Pagar la condena? ¿Qué condena? ¿Dios dictó una condena? ¿Sobre la humanidad? O sea, ¿Hay una condena sobre nosotros?

Preguntas como estas deberían surgir de inmediato, si es que en alguna manera nos importa nuestra alma y la vida eterna.

Vamos a explicar la situación:

Hay una condena sobre la humanidad


Por causa del pecado, el mundo está condenado y bajo el maligno:

“Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23)

“Sabemos que somos de Dios [cristianos], y el mundo entero está bajo el maligno.” (1 Juan 5:19)


La sentencia de la condena es la muerte:

“Porque la paga del pecado es muerte…” (Romanos 6:23)



Por lo tanto: Hay una condena por causa del pecado cuyo pago es la muerte. Como todos hemos pecado, toda la humanidad esta condenada a sufrir eternamente en la muerte segunda: el lago de fuego. O sea, ¡ninguno puede entrar al cielo!

Pero como Dios es misericordioso, nos proveyó de un modo por el cual pudiésemos ser salvos de la condenación eterna. Y nos dio un salvador, y ese es Jesucristo.

Necesitamos un salvador que nos quite esta condena

Sólo Jesucristo nos pudo salvar:

“Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.” (Mateo 1:21)


Sí, Jesús (“Salvador”) fue enviado para salvarnos de nuestros pecados que nos estaban condenando.

¿Cómo nos salva?

Para salvarnos, él mismo tuvo que pagar nuestra condena, esto es la muerte. No se podía deshacer esta condena; alguien debía pagarla. Jesús nos amó tanto que él mismo puso su vida por nosotros. ¡Él pagó nuestra cuenta!

¿Y por qué no pudo morir de esa forma? ¿Por qué tuvo que derramar su sangre?

Jesús no pudo dar su vida de otra forma sin derramar su sangre. Esto es porque la sangre de Cristo tiene el poder de purificar y de limpiar los pecados de todos aquellos que se acerquen a él:

“Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión [perdón].” (Hebreos 9:22)

“pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.” (1 Juan 1:7)


Si Jesús no hubiese derramado su sangre, si yo me arrepiento de mis pecados, no tendría perdón, porque para eso se necesita la sangre.

Por lo tanto, si aceptamos a Cristo como nuestro Señor y Salvador, ya fuimos limpios y libres del pecado y de la muerte:

“Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 6:22-23)


¿Y tú? ¿Ya fuiste limpio de tus pecados?

La pregunta obvia es: ¿Eres limpio de tus pecados por la sangre de Cristo? ¿Aceptaste a Cristo como tu Señor y Salvador?

Esto es muy importante, pues si no eres limpio de tus pecados, no podrás entrar en el reino de los cielos.

Así que decídete, la sangre de Cristo aún está fluyendo limpiando de todo pecado, haciendo que todas las almas que le reciben sean purificadas y aptas para entrar en su reino.

No hay otra forma. Si yo tengo muchas buenas obras y no he recibido a Cristo, mis obras no me salvarán, pues aún no he sido limpio de mis pecados.


¿Quieres recibir a Jesús como tu Señor y Salvador?

¿Quieres que su castigo de muerte por tus pecados quede saldado con el sacrificio de Cristo en la cruz? ¿Estás dispuesto a servirle? ¿Crees que Dios le levantó de los muertos y ha resucitado, todo esto por amor a ti?

Si es así y si lo haz creído en tú corazón, ahora te invito a que lo confieses haciendo una pequeña oración como esta, en donde quiera que te encuentres (no tiene que ser necesariamente textual):

Dios, he leído tu palabra y reconozco que soy un pecador(a). Te pido que perdones todos mis pecados, creo que Jesucristo murió y resucitó para limpiar mis pecados con su preciosa sangre y darme vida eterna. Estoy dispuesto a dejar mis pecados, te invito para que vengas a mi corazón y me transformes para vivir para ti. Señor Jesús, te recibo como mi único Señor y Salvador personal.
Gracias por recibirme como tu hijo(a), gracias por darme vida eterna desde este momento, en el nombre del Señor Jesús, Amén.


Si hiciste esto, pues ¡Ya eres salvo! La sangre de Jesús ha actuado por la fe para limpiarte de todos tus pecados, y con ello, has iniciado una nueva vida. ¡Nunca mires atrás y sigue adelante!

Dale gracias a Dios por su gran misericordia, pues nos ha limpiado de todos nuestros pecados que nos condenaban y ha pagado toda nuestra deuda… ¡Gracias!

¡Dios te bendiga!